My Little Tatami surgió por una necesidad de nuestra familia, un espacio seguro, confortable y no estridente

El día que mi bebé tomó la iniciativa de hacer sus primeros movimientos autónomos, me quedé sorprendida y encandilada observándole. Le veía concentrado con sus pequeños descubrimientos, explorando y experimentando. Intentaba gatear, resbalaba. Caía tumbado de lado y en aquella postura quedaba extrañado un rato. Le veía como preguntándose ¿qué ha sucedido? ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Cómo sigo?

¡Era fascinante! 

Como la cosa se iba repitiendo día tras día, ya se convirtió en costumbre, así que creí llegado el momento de romper aquella rutina y añadir a su zona de juegos, nuevos estímulos que le sirvieran para crear nuevas motivaciones. Coloqué a su alcance algunos juguetitos que le ayudarán a reconocer y practicar sus adquiridas nuevas habilidades. 

Los progresos de mi hijo iban viento en popa. Tan a viento en popa que aquel espacio de juego acabó siendo un auténtico campo de batalla. Aquello me convenció de la necesidad de crear realmente el espacio de juegos del niño que, hasta entonces, para mí, había sido algo provisional y ocasional. Vi claro que era necesario que tuviera un lugar que le fuera propio. Su espacio, acogedor y cálido. Opté por colocar una alfombra de juegos de tela, y con ella delimitar el lugar. 

Al principio todo iba bien, pero poco a poco fueron apareciendo los problemas: la alfombra con los movimientos del niño se arrugaba, mi hijo a menudo regurgitaba algo del bibe, que inevitablemente iba a parar a la alfombra.

 Así que, empecé a buscar una alternativa que se adaptara mejor a sus necesidades ¿cómo superar tantos inconvenientes? 

Era urgente hallar una solución, pensada especialmente para mi bebé y su espacio de juegos. 

Mentalmente tenía mi lista de imprescindibles: suavidad, confortable al tacto infantil.

Fácil de limpiar. Que fuera impermeable, higiénica, idealmente que fuera enrollable. Y, además, ¡algo importante! Como a los bebés les pesa más la cabeza que el pompis, sus movimientos expedicionarios por la alfombra, solían acabar en caída y con algún coco en la cabeza. Así que anoté en mi lista una nueva exigencia, que fuera una superficie suavemente acolchada, donde las ocasionales caídas, fueran una parte más del juego y no como un fracaso, con llanto final. 

¡Ah! y me olvidaba. Una vez conseguida mi solución ideal, ésta no debería ser un aparatoso rompecabezas de colores y formas que destrocen mi vista y que, además, me vea obligada ir recomponiendo cada media hora, porque el niño ha descubierto que es súper divertido descomponerlo y, esparcir todas las piezas por toda la habitación.  

Y así después de una intensa búsqueda, fue como nació My Little Tatami. Y así es como se resolvió esta pequeña, pero importante, parte de mi vida.